Me enorgullezco de ser "Ciudadano del Mundo" pues no creo en las fronteras. Considero que son un invento de los políticos, militares y periodistas palangristas para satisfacer sus propios intereses. Si fuera necesario establecer un indicador a largo plazo de la codicia de los dirigentes de las naciones en una determinada región del Mundo, bien podríamos usar como índice el número de políticos en activo dividido entre la superficie en kilómetros cuadrados de un territorio. Al mirar un mapa, mientras más líneas arbitrarias separando territorios artificialmente divididos veamos, sabremos que los políticos de esa zona son más codiciosos.
Sin embargo, no es lo mismo ser "Ciudadano del Mundo" que sentirse relegado a la condición de ser "Siempre Extranjero". Supongo que es algo que nos ocurre a la mayoría de los españoles que nos ha tocado vivir fuera de nuestro país. Tal vez le suceda lo mismo a gente de otras nacionalidades. Resulta duro estar fuera de nuestra tierra, sentir que no tenemos los mismos derechos ni las mismas oportunidades y ser eventualmente atacados por el imbécil de turno que víctima de sus propios complejos cuando desee insultarnos aprovechará para recordarnos nuestra condición de extranjeros. Mi padre contaba que cuando llegó en barco a Venezuela, su primer contacto con el país fue al escuchar el siguiente anuncio por megafonía: "Hemos llegado al Puerto de La Guaira. Primero desembarcarán los venezolanos, luego las mujeres y niños y después los musiús". "Musiú" es la forma despectiva que se usa en Venezuela para referirse a los extranjeros en general. De mi infancia recuerdo aquellas pintadas en las calles en las que decía "Mata a un español y vive un día Pepsi". Recuerdo de toda la vida como se hacían y hacen chistes de mal gusto contra gallegos (es así como llaman a todos los españoles), italianos, portugeses, colombianos y de otras nacionalidades. El problema no es el chiste en sí, sino cuando se usa para insultar a una etnia o grupo social y a la gente le parece divertido. Esa misma gente no aceptaría de ninguna forma que se hicieran chistes similares a su costa.
Cuando vivía en Caracas en casa de mis padres, todas las mañanas veía pasar por la calle a un grupo de unos treinta o más "DISIP" (policía política venezolana) coreando aquel abominable estribillo de ... "Me voy a bañar, en una palangana, de sangre, sangre colombiana" ... o aquel otro de "Me voy a bañar, en una piscina, de sangre, sangre vecina". Y eso que la DISIP era considerada una policía de élite, con una preparación supuestamente mayor a la de otros organismos policiales venezolanos. Resulta increíble que los cuerpos de seguridad del Estado venezolano actuasen de esa forma, promoviendo el odio al extranjero y más aún, a una nación vecina y hermana como es Colombia. Si esto hería mi sensibilidad como ser humano (incluso teniendo también la nacionalidad venezolana), ¿cómo se sentirían los colombianos que veían la misma escena todos los días?
En España esas cosas hoy en día no suceden, al menos no en el mismo grado. Pero los españoles que hemos vivido fuera sentimos que al regresar a nuestro país carecemos de muchos derechos y en muchas formas seguimos sintiéndonos extranjeros. De nada valen nuestros títulos universitarios, nuestra experiencia profesional, nuestro trabajo de toda la vida ... tenemos que empezar desde cero. Tanto el Estado como la sociedad hacen muy poco por los emigrantes retornados. Cuando un español regresa a su tierra con la esperanza de dejar de ser extranjero y poder exhibir con orgullo su gentilicio como lo hacen las personas de otros países, se siente abandonado y acorralado. Parece que ser español en España está mal visto. Muchos políticos fascistas que se autocalifican de "antifascistas" salen de vez en cuando incitando al odio entre españoles, como aquel impresentable que desde su blog dirigió una campaña insultante contra los extremeños. Muchos de estos políticos y sus partidos tienen en común el seguir al pie de la letra postulados ideológicos nacional-socialistas y fascistas, pese a que sean ellos los que califican de nazis y fascistas a quienes se les oponen. Otro lamentable ejemplo es el del actor Pepe Rubianes, quién hizo gala del más rancio fascismo xenófobo ¡contra la gente de su propio país! cuando en una televisora pública española (TV3), financiada con los impuestos de los españoles, salió diciendo "Que se metan a España en el puto culo a ver si les explotan los huevos". "Ojalá les exploten los cojones (a los españoles) y vayan al cielo sus cojones". "Se vaya a la mierda la puta España". Mientras tanto el presentador del programa reía "la gracia". Si eso no es fascismo y xenofobia en estado puro por parte de ambos ... ¿Qué es entonces? ¿Que se puede pensar de estos individuos? ¿Acaso no tenemos derecho a sentirnos ofendidos, sin importar cuales sean nuestras ideologías políticas?
Buena parte de esta sociedad que ha florecido en la comodidad de los buenos tiempos y sin conocer los avatares de las vidas de tantos españoles que tuvieron que emigrar (o como en mi caso, "fuimos emigrados" contra nuestra voluntad), pretende que nos avergoncemos de nuestro país y de sus símbolos. Para justificar su actitud pretenden hacerse pasar por Ciudadanos del Mundo que buscan acabar con las fronteras, y según ellos esa es la razón de su odio enfermizo al concepto del Estado Español, pero en realidad solo pretenden crear nuevas fronteras para justificar su propia codicia y no eliminar las que ya hay.
No me importa dejar de ser español para ser europeo, o mejor aún, dejar de ser europeo y ser Ciudadano del Mundo. Me gustaría que se borraran las fronteras existentes siempre y cuando haya una reciprocidad entre los diferentes Estados cuya frontera se quiere borrar. Lo que no puedo aceptar es que dirigentes codiciosos y sin escrúpulos que se han hecho con el control de casi todas las instituciones públicas y privadas (incluyendo la inmensa mayoría de los medios de comunicación) pretendan crear más fronteras que las que ya hay y para ello manipulen a la sociedad, especialmente a los grupos radicales más violentos.
Como les desearía que también ellos fueran extranjeros algún día y añoraran la necesidad de sentirse en casa. Tal vez entonces estarían en condiciones de convertirse en Ciudadanos del Mundo y comprenderían lo absurdo de las fronteras que nos separan.